La
huella deja el sendero apagado
y
aquella vela consigue alumbrar
la
tela de mi resguardo
que
de entre la niebla densa, trata de escapar.
La
pluma se oculta del tintero,
la
espada reluce robusta en el infierno
y
todo se aclara cuando nunca muero
o
cuando mi esfuerzo lo pierdo en la nada
y lo
encuentro dentro de mis entrañas
que
vagan por el cielo.
Polvo,
brasas y ceniza,
locos
de alma encendida
con
ojos que saltan por la vida
de
asombro, calma y alegría.
Divergencias
cometidas por el reloj,
que
vuela veloz y no distingue
la
psique del corazón
y
persigue un deseo del yo
que
nunca consigue.
De
ahí éste grito profundo,
estoy
moribundo y no me amas,
me
llamas y al instante acudo
para
salvar al mundo de tus garras
y
sólo recibo escudos y hachas
lanzadas
desde detrás de tu muro,
oculto
tras telarañas opacas
donde
crees estar seguro
y
no son mas que patrañas.
Agua,
grasa y músculo
disueltos
en casi un segundo
donde yo sólo me preocupo
del
minúsculo espacio que separa
lo
crudo de la llama,
que
no es nada
y
es un mundo.
De
ahí éste silbido desnudo,
éste
deseo sucio del que huyo
pero
a ratos me atrapa,
éste
murmullo ahogado en mi garganta
que
canta que todos somos uno
envueltos
en distinta carcasa.
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