Atrás
quedó el escalofrío que sentía
cuando
cada mañana vestía la camisa
y
enseguida sonaba el televisor
con
las primeras noticias,
que mas que ficticias,
que mas que ficticias,
eran
reflejo de mi dolor.
Atrás
quedó el consuelo
que
buscaba en mi espejo
y
encontraba en el alcohol,
desapareciendo
en el desaliento,
aunque
fuera por un momento,
mi
loca ilusión del yo.
Atrás
quedó esa acera y ese tiempo,
ese
miedo que genera el dinero
y
ahora pago con la misma moneda,
con
la que me brinda el momento,
que
es silencio en medio de tormenta,
y
la esencia opuesta al miedo.
Y
todo recobra su fuerza,
el
brillo de su naturaleza
y
su presencia en el universo,
que
entero refleja
que lo
que mas quiero,
es, que lo que piensas,
se
quede por fin quieto.
Atrás
quedaron las promesas,
las
querencias de los apegos,
los
desvelos por las respuestas
y
las sentencias de mis deseos,
que
provocaban estridencias
engendradas
por un credo
enmohecido,
áspero y negro.
Atrás
quedaron los nombramientos,
los
sumisos de los prejuicios,
los
adjetivos de los juicios
y
los posesivos lamentos,
que
cambiaron un estar vivo
por
un vivir muerto.
Atrás
quedaron también algunos amigos,
bagaje
que quiso el destino,
pero
no verlos no es no sentirlos muy dentro,
donde
se confunde el amor con el olvido
y
al sonido con el silencio.
Ahí
los llevo conmigo
y los sigo queriendo.
y los sigo queriendo.
Gajes
del oficio.
Partes
de mí, creo.