domingo, 13 de abril de 2014

A ESE PLANETA





Me encuentro alerta,
disfrutando en mis adentros
lo que pasa por fuera,
reteniéndolo tan cerca,
que a veces lo confundo
y lo fundo conmigo
como quien quisiera que fuera suyo,
tan solo un segundo,
y después se lo devolviera al mundo,
tras esa dentellada efímera y entera,
que pasa por mis venas encendiéndolas,
para que florezca en ellas una vida,
sobre llamas y ceniza.

Queda su resabor,
su belleza
que mastico con la prudencia
que me dicta la esencia
de mi corazón.

Doy el dia libre a mi cabeza,
llegados a este punto,
su opinión no me interesa
ni tampoco quién soy,
ni dónde estoy.
Ni siquiera si es suave, amarga o seca.

Sólo que me transporte a ese planeta
vibrante y brillante
donde se juntan los valles y los mares,
con la luna y las estrellas.
Donde la piel que me encierra
no sirve de frontera
y no existen ni tiempos ni palabras ni cadenas.
Sólo manantiales de agua nueva
que me sacan de mis cabales
cuando reflejan
 esa luz turquesa,
que cura todos los males.

Ese planeta que respeta a su madre naturaleza
y donde se sabe que el universo es, mas que nada,
el padre que demuestra,
a cada instante,
que nos ama.
Donde las almas vuelan,
cuando se baten a muerte con el baile,
porque siempre ganan.
Donde las grietas se interpretan
como huellas sagradas
y los cuerpos son las veletas
que parten en dos los vientos,
que los atrapan
y después, los atraviesan.

Porque todo pasa como si nada,
con la normalidad que fabrica la paz,
con el amor forjado por el corazón
como un destello de razón del que sueña,
y se despierta
porque la vida le quema las entrañas
 y las venas.

Ese planeta donde los recuerdos se guardan bajo llave
y nadie sabe de dónde viene o a dónde va
y los pensamientos son la clave 
para lograr la libertad
que de él emanan.

Sus calles son floreados senderos 
llenos de pétalos que alegran al aire.
Los pequeños,
perros insaciables que lamen
con ansia sus huesos
y los ecos de sus cantos,
lametazos que olvidan, por un momento,
mis penas o mis lamentos.
Los adultos, fieras salvajes 
capaces de hacer de su templo, 
una fortaleza inexpugnable
y saben usar su fuerza,
con una sutileza encomiable.
Donde las damas son tratadas,
en las aldeas,
como nuestras hijas, madres
o abuelas.
Y a las aves,
 como hermanas que también vuelan.

Porque todo pasa como si nada,
con la normalidad que da la paz,
con ese amor que se forjó en el corazón
y lanza un destello de razón enmedio de un sueño
que nunca acaba
y quema las venas
y se forja en las entrañas.

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